El viento resopla.
Hace ya varios días que el alma es más liviana que el día anterior. El cuerpo pesa y la conciencia aún más.
Pase mis días recordando lo hermoso de mis recuerdos en esta tierra. En una especie de flashback, cierro los ojos y me transporto...
Mi madre me miró fijamente al nacer, yo no hacía ningún ruido, ni me movía. Solo lamia lentamente mi dedo para generar estímulos.
Nos volvimos uno con los días.
En la medida que crecí, me volví cada vez más autosuficiente. Aprender siempre fue mi prioridad. Mamá no prestaba atención a mis decisiones, la mayor parte del tiempo solían ser razonables, entonces eso es lo que importaba ante los demás.
La comunicación entre ambos fue justa y necesaria, ambos intentamos sobrevivir a las dificultades del entorno y el paso de la vida, no había mucho que desear y esperar.
El arte hizo de mí un buscador de tesoros, provenientes de la tierra. La tierra me llamaba, por las noches en los cerros, llegando al Mamalluca me mostraba luces provenientes del suelo. La vieja historia cuenta que son protectores de la vida en estos valles y estaban alumbrando mi camino para no perderme, mirando hacia arriba el cielo es mi brújula.
Los días del solsticio de verano solía emprender un viaje a los rascacielos de la cordillera para hablar con las luces, almas antiguas que nos entregan sabiduría de lo que conocemos y aún es desconocido para algunos.
Mi vida ha sido solitaria, pero llena de aventura.
La erosión de la roca es el reflejo de mi piel. Los huesos me resaltan en los pómulos y clavícula. El cielo está estrellado, la luna no salió hoy.
El corazón me late lento y cada vez más lento.
Mamá me susurra en el eco al final de estas montañas, de allá por donde florecemos con las luces, que siempre estará presente. Aún así, en nuestro olvido.
Pase mis días, mis últimos días, como los primeros, sin hacer ningún ruido. Con el dedo en los dientes para crear equilibrio y mi rabo al viento, meditando al sol.
Ya es el momento, debo alcanzar mi luz, el eterno espiritual ha llegado por mi. Abandono mis huesos en el Supay...
Muchos años más tarde, fui enterrado por mi sangre en el cementerio de Pullayes, donde vuelvo a bendecir y agradecer en el solsticio de verano. No había propósito ni destino en mi vida, así el alma trasciende mi nombre en los vientos y se susurra como "Indio diaguita".
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